domingo, 9 de noviembre de 2014

Legalizar las drogas Isabel Dorado Auz / auz3@correom.uson.mx

Se podría decir que prácticamente toda mi vida he tenido contacto con personas que la sociedad etiqueta como drogadictos. Aunque, en estricto sentido, todos somos drogadictos no solo los que consumen drogas ilegales. Habría que recordar que también son drogas la cafeína, el alcohol y el tabaco, por mencionar las más comunes sin olvidar, muy importante, los medicamentos. Recuerdo que en mi niñez era un muy pequeño porcentaje de consumidores ilegales, al menos en mi pueblo que pertenece al estado de la República Mexicana considerado, en aquel entonces, el mayor productor de mariguana y amapola, Sinaloa. Sin embargo, poco a poco ha ido creciendo en forma alarmante. Aunque yo emigré a Hermosillo hace casi tres décadas, puedo afirmar que los cambios generados en esta ciudad son muy similares a los reportados por mis familiares en aquellos, otrora tranquilos, terruños donde se inserta mi pueblo natal. De hecho, con la aprehensión de Rafael Caro Quintero, y una serie de narcotraficantes famosos en la década de los 80s del siglo pasado, en lugar de disminuir el consumo de drogas ilegales ha ido en aumento a tal grado que ha invadido a todos los sectores de la sociedad. Incluso, hoy en día, muchos jóvenes le rinden una especie de rito a la planta más emblemática de estas drogas, la mariguana. Poco a poco ha ido creciendo la comercialización de diversos artículos con la imagen de la hoja de la canabis, lo cual podría ser el paso previo a su legalización, y se está haciendo costumbre percibir el penetrante olor que produce, cuando se está consumiendo, en muchos lugares de Hermosillo. Ahora bien, si el “combate a las drogas” nos está provocando una serie de problemas debido, ya se ha visto, a la infiltración del narco en la política, porque no legalizar de una vez el consumo de las mismas e impedimos de esta forma que se siga prevaleciendo el narcoestado que hoy padecemos en nuestro país. Los muertos oficiales ya rebasaron la cifra de los 100,000 y parecen no tener fin las matanzas múltiples producto, dicen, de ajustes de cuentas entre bandas del crimen organizado. El problema crece exponencialmente y ahora el narcoestado atenta contra la vida de jóvenes inocentes como acaba de ocurrir en Ayotzinapa, Guerrero; o bien provoca esa especie de venganza llevada a cabo por el Ejército en contra de más de veinte personas, incluyendo niños, por rumbos de Tlatlaya en el Estado de México. Algo tenemos que hacer, la “clase política” sigue dormida en sus laureles, pero poco a poco está cayendo en su propia trampa. Cada día es más común que aparezcan políticos asesinados y que maten o secuestren a hijos de empresarios. El declive de las “instituciones” está propiciando que nuestras leyes sean letra muerta y los abusos de poder son cada vez más evidentes. A río revuelto, todo el que cuenta con un trozo de poder está sacando tajada, pero eso no les garantiza que gozarán sus privilegios por mucho tiempo. Esto es, han empezado por vulnerar la esfera de poder más pequeña, el Ayuntamiento, por eso se cuentan por docenas los alcaldes asesinados, pero el negocio del narco está ascendiendo en la estructura del poder político y las exigencias aumentan cada día. No hace mucho nos mataron a un candidato presidencial, y a funcionarios importantes del gobierno federal, quien nos garantiza que hoy no matarán a un gobernador en funciones e incluso a un magistrado de la Suprema Corte. No olvidemos que los políticos no se mandan solos y tienen dos frentes abiertos: las exigencias sociales y la presión del narcotráfico. Cerremos pues el “combate a las drogas”, legalizándolas, y demos la atención que requiere a las exigencias sociales, antes de que nuestro país se nos vaya de las manos.